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Brasil, en las grandes ligas
Mientras la Argentina retrocede, Lula ha logrado proyectar al vecino país como líder regional y actor global de primer orden


Editorial lambido do diário argentino La Nación


En un solo viaje, Luiz Inacio Lula da Silva obtuvo dos trofeos: el Comité Olímpico Internacional ha decidido que Río de Janeiro sea la sede olímpica en 2016 y, a su vez, la cumbre entre Brasil y la Unión Europea, señal del escaso peso relativo que tiene últimamente el Mercosur y por extensión la Argentina, asignó al gigante sudamericano un papel destacado en el foro sobre cambio climático que se hará entre el 7 y el 18 de diciembre en Copenhague bajo los auspicios de las Naciones Unidas.

No es novedad que Brasil, por el impulso y el carisma de su presidente, juega en las grandes ligas. La novedad es que, en medio de serios problemas de desigualdad y de corrupción aún irresueltos, Lula haya logrado proyectar a su país como un líder regional que no admite esa definición, aunque sepa que está cada vez más cerca de serlo, y como un actor global de primer orden. Y esto no se debe sólo a las estrategias instrumentadas desde 2003, sino, en realidad, a haber seguido por la vía de las políticas de Estado la ruta trazada en los ocho años anteriores por el presidente Fernando Henrique Cardoso.

En 2011 terminará el segundo período de Lula. ¿Terminará también esta tendencia? No. Definitivamente, no. En 2014, Brasil será sede del Campeonato Mundial de fútbol; en 2016, Río de Janeiro recibirá a los atletas. Y, mientras tanto, Lula no se ha ruborizado al recibir a George W. Bush tras la bochornosa acogida que tuvo en la IV Cumbre de las Américas, realizada en Mar del Plata, gracias al anfitrión, Néstor Kirchner, en traviesa complicidad con su par de Venezuela, Hugo Chávez, y el aún dirigente cocalero boliviano Evo Morales. Tampoco se ha ruborizado de ser tratado en forma acaso exagerada como el mayor líder mundial por el gran fenómeno de los últimos tiempos, Barack Obama.

Con su par norteamericano dialoga por teléfono una vez por mes, mientras que Cristina Kirchner, todavía no consciente de que todos los ataques contra Bush se traducen en forma inmediata en Washington como ataques contra los Estados Unidos, no ha tenido ocasión de dialogar más que en breves intervalos de cumbres internacionales con Obama. El afán por tomarse una fotografía con él revela el lugar que se ha ganado su gobierno en la lista de prioridades de un mundo que requiere más discursos constructivos y prospectivos que burlas no aplaudidas, como "el efecto jazz" por el lugar de origen de la crisis económica.

La definición de la sede olímpica entre Río de Janeiro, Madrid, Tokio y Chicago deparó una formidable imagen de cómo se defiende el interés nacional. Lula lloró y, con enorme sensibilidad, admitió: "El llanto es uno de los momentos más nobles del ser humano. En este país faltan más líderes políticos que lloren".

No lo dijo por Obama y su mujer, Michelle, blanco de reproches por haber arriesgado tanto capital político a su regreso a Washington. Lo dijo por sus propios compatriotas: seis de cada 10 legisladores brasileños son objeto de procesos o denuncias judiciales, según el Movimiento de Combate a la Corrupción Electoral. Entre diputados y senadores, 152 están o han sido procesados por el Supremo Tribunal Federal. Es la otra cara de Brasil, tan amarga como sus favelas, su movimiento de gente sin tierra y sus narcotraficantes, entre otros factores negativos.

En Copenhague, vestidos igual para demostrar unidad, estuvieron el rey Juan Carlos de España; el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, socialista; el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, miembros del Partido Popular (PP). Lo hicieron en medio de un fenomenal escándalo de corrupción que involucra a algunos de los llamados barones del PP y de punzantes críticas contra Rodríguez Zapatero por la situación económica.

Si Buenos Aires hubiera sido candidata, ¿Cristina y Néstor Kirchner habrían adoptado la misma actitud en compañía de Mauricio Macri después de haber bloqueado la postulación de Rogelio Pfirter para el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), clave frente a los afanes del presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, y de haberlo intentado sin éxito con José Luis Machinea cuando era candidato a ser secretario general de la Cepal?

Esas inquinas personales reflejan no sólo la distancia del país más cercano, Brasil, sino, también, la terquedad en perpetuarse en el poder con fórmulas irritantes y de persistir en el error con métodos, a veces, incomprensibles. ¿Por qué, a pesar de la crisis global, Brasil recibe inversiones directas en mayor cuantía que la Argentina? ¿Por qué en cada cumbre de la Unasur, como la recientemente celebrada en Bariloche, las miradas apuntan a Lula y los oídos esperan sus reflexiones? ¿Por qué su país está en condiciones de autoabastecerse de petróleo, de ser la gran variante en los combustibles alternativos, de desembolsar 10.000 millones de dólares para retornar con la frente alta al Fondo Monetario y de invertir 12.000 millones de dólares en la compra de armamento militar?

Quizá porque, en lo político, los escándalos de corrupción nunca tendieron dudas sobre Lula, porque cumplió con la palabra empeñada sin desmerecer a las instituciones ni a las personas que piensan diferente, y porque nunca tuvo la peregrina idea de tender un tren bala en donde falta comida.

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